Dos gilipollas entran a un bar. Quinta entrada de los Relatos Aleatorios. Y esta vez hay sangre, noche coruñesa y moar vodka. Empieza a discernirse un patrón. Si os gusta, una copa. Si no os gusta, dos copas.
5.
WHEN THE MUSIC'S OVER
Me encontraba a la mitad de mi tercer
vodka con limón cuando Vic entró por la puerta del bar. Un tipo
curioso, Vic. Viejo compañero de correrías en la adolescencia,
abandonó la madre patria cuando sus padres se trasladaron fuera del
continente, por motivos de trabajo. De vez en cuando volvía a la
ciudad, y en verano se quedaba una temporada. Un tipo original.
Disfrutaba escuchando discos instrumentales a lo Mothers of
Invention y con la cerveza barata. Tipos como él me caen bien,
son necesarios.
El bar era un escenario clásico de la
parte heavy de la ciudad. No sólo clásico, sino
probablemente el último de los originales. Es el precio del paso del
tiempo. Los viejos locales cierran, los nuevos también. Ahora impera
otro rollo. Ya no existe el Número K.
Hacía mucho que no venía aquí.
Siempre me han gustado los antros. Llegas, te sientas en un taburete,
te plantan una copa delante y te dejan tranquilo. En la penumbra,
bebes y escuchas retazos de conversaciones aderezados de viejos
cortes de los Doors. ¿Qué más se puede pedir?.
Se sienta a mi lado y pide lo suyo.
Durante un rato no decimos nada. Simplemente, bebemos.
Todo se va al carajo. La ciudad, el
país, la sociedad, Europa, y nosotros.
Bebemos.
Eran las 4 de la madrugada.
Los adolescentes chillan excitados,
probando su habilidad al futbolín e intentando impresionar al sexo
opuesto con sus malabarismos muñequiles. Promesas vanas de
experiencia y habilidad.
Bebemos.
El dueño nos cuenta que ésta será
probablemente la última noche que verá el Belkan Mercenaries'
Bar. Que deudas e impuestos lo han jodido vivo. Dice que tiene
una pila de pastillas y un buen whisky esperándole en casa.
Bebemos.
“Hey, Sal”, dice, rompiendo el silencio.
Levanto la mirada de mi vaso y le observo. Está acabado. Igual que
yo. “¿Vas a echarlo de menos, Sal?”.
Claro que voy a echarlo de menos. La
juventud, enterrada bajo la modernidad. Pero bueno. Resignación.
Resiliencia. El penalty de Djukic no fue el fin del mundo. El fin del
BMB tampoco lo será. Otros bares ocuparán su lugar. O eso
trato de decirme.
Sé que nunca volveré a un bar
durante la madrugada.
Volvemos a caer en un silencio
amodorrado.
“Hey, Vic”, después de otra
ronda. “¿Te has peleado alguna vez?”
Niega con la cabeza. “Yo tampoco”.
Son las 5 de la mañana.
Terminamos la última y salimos fuera.
“Peleemos”. Asiento con la cabeza.
No necesito nada más.
A nuestro alrededor se reúne un
círculo de habituales de la zona.
“Sin consecuencias” es la
consigna. Solo dos tipos jóvenes pegándose. Nadie va a llamar a la
policía. A nadie le importa. Ni siquiera a los que nos observan.
Nos miramos. Asentimos.
Lanza un puñetazo. Me golpea en un
costado. Me tambaleo un poco. Que triste debe verse este circo desde
fuera. Sacudiendo la cabeza, alzo los puños para protegerme. Lanza
otro. Lo desvío. Le lanzo un directo a la cara. Al intentar
esquivarlo, tropieza y se cae de culo. Le ayudo a levantarse. Le
vuelvo a golpear, y esta vez le doy. En la barbilla. No mueve ni un
músculo. Dudo si le he dado o no hasta que veo que le cae un hilillo
de sangre por la comisura de los labios. Primera sangre. Me golpea en
el estómago, rápido. Me encojo sobre mí mismo. Baja la guardia. Me
arrojo contra su cuerpo. Le desequilibro. Nos aferramos como si
fuéramos luchadores de sumo anoréxicos e intentamos tirarnos el uno
al otro con escaso éxito. Me sujeta los brazos e intenta patearme.
Le bloqueo la patada. Le arreo un cabezado directo a la nariz. No sé
si la sangre es mía o suya. Me duele la frente. Me tambaleo y me
patea el culo. Caigo de cabeza al suelo. Intenta golpearme. Falla
estrepitosamente.
La madrugada pasa.
Cuando abro los ojos, una luz me
hiere. La cabeza me da vueltas. Siento mi cuerpo pesado. La cara me
duele horrores. Me la palpo despacio y descubro una hinchazón en
torno a mi ojo izquierdo. El estómago revuelto. La vista
desenfocada.
Busco a tientas a mi alrededor. Arena.
Estoy en Riazor. Está amaneciendo. Hay alguien a mi lado. Consigo
enfocar la vista y veo que es Vic. Tiene un labio partido y un
chichón muy feo en la sien.
Le sacudo. Recupera lentamente el
conocimiento. Me sonríe. Le falta un diente.
“Estás acabado”. Se ríe. “Ya
somos dos”, gruño, riéndome yo también.
Se pone en pie. Parece estar mejor que
yo. Me ayuda a ponerme en pie. Contemplamos el sol alzándose sobre
la ciudad.
“Ha sido divertido”.
Nos damos un abrazo y cada uno se va
por su lado. Yo tenía una demanda que redactar. Él debía hacer la
maleta.
La última mañana de nuestras vidas.
Por lo menos, hasta la jubilación. Quizá entonces abramos un bar.
Dedicado a los antros, al genio de Frank Zappa & Co., a ese extraño experimento fallido de sugestivo título que es When the Music's Over de los gloriosos Doors, a mi amadísimo Ace Combat Zero: The Belkan War y su banda sonora, y, por supuesto, a las madrugadas tontas entre amigos.
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