15 de junio de 2017

Relatos aleatorios, por Jorge Núñez Rodríguez - 7

I'm back. Now, onward! For shovelry!

7. STEEL THY SHOVEL

Los estantes bailaban una enloquecida danza a mi alrededor. Joder. Mi cabeza. No estoy para tomar decisiones. Todas las grandes historias empiezan con una pregunta existencial. Y esta no será una excepción, para mi desgracia. ¿Qué elegir?. Cuando salí de casa no pensé que fuera a encontrarme en una situación tan difícil. Quién me mandaba a mí, sabiendo lo denso que me pongo al día siguiente cuando bebo. En el siguiente minuto (o al menos eso espero) se decidirá gran parte de las noches de mi verano. Al menos una semana. Joder. Qué hacer. Qué hacer. Si hubiera sólo uno la decisión sería obvia. Pero claro, no iba a tener esa suerte.

Levanto la cabeza y observo a mi alrededor. Son las 21:45 de un día de verano. Calor asfixiante. Un sol que empieza a enrojecer entra por las ventanas de la tienda. Se huele el mar. Debería haber bajado a la playa. Cierran a las 22:00. Un cuarto de hora es un tiempo demasiado escaso para algo de este calibre y en este estado.

Quizá os preguntéis qué es lo que me tiene en tal estado de indecisión. Al fin y al cabo, es el gancho de este relato.

Pues estoy intentando elegir entre dos videojuegos.

Wow. Such problem. Very conflict.

Que os follen. A cada cual su mierda.

Por cierto, intento elegir entre Shovel Knight, para mi fiel DS, y el nuevo Metal Gear. Otro más. Aunque probablemente sea el último genuino. Es lo que tiene echar a un genio como Kojima. Te arriesgas a que a partir de ahí vayan las cosas cuesta abajo. Pero me voy por las ramas.

Los segundos se arrastran por el aire cargado. No debe funcionar el aire acondicionado. Sigo mirando ambas cajas. Prometen misterios y maravillas que mi mente resacosa no puede siquiera alcanzar a imaginar. O todo lo misterioso y maravilloso que pueden ofrecer un fulano armado con una pala y una serpiente cascada. Aunque, a nivel personal, apostaría por el colega de la pala. Más aleatorio. En fin.

El crono sigue corriendo, hasta que empecé a sentir nacer en mi interior una sensación ominosa, como si se acercara un súbito rapto de inspiración que rompiera este terrible impass. Y de repente, llega, triunfante, abriéndose paso a empellones entre la niebla pegajosa que cubre mi habitualmente afilada mente.

Los dos. Y a la mierda. For shovelry!

En mi cabeza resuenan los cañonazos victoriosos de la Obertura de 1812. Joder, no era tan difícil.

Resuelto y aliviado, me dirijo hacia la caja, satisfecho de mi gran capacidad estratégica. Debería protagonizar mi propio Fire Emblem. Sólo hay una persona delante, así que no habrá problema con el tiempo, a pesar de ir más justo que el octocamo de Old Snake. Rápidamente es despachada y me encuentro frente a la cajera. Toma de mis manos los juegos y con mano experta comienza a pasarlos por la caja. Solo tengo ojos para ellos. En ese momento, escucho como emite una risita condescendiente.

Levanto la mirada.

Y su presencia me golpea como una ola. Una valquiria. Aproximadamente metro setenta de pura belleza norteña, rubia, de pómulos suavemente marcados, ojos verdes, sonrisa torcida en una mueca sarcástica de superioridad y un cuerpo con más curvas que el Gran Premio de Montecarlo, envuelto deliciosamente en unos prietos pantalones negros y una camiseta escotada verde hierba. Muy escotada. Debe de sacarme unos pocos años.

Concentración. No le mires el escote. Concentración. A ver. ¿Por qué la estoy mirando?. Necesito un motivo. Que no sea ridículo ni rijoso, a ser posible. Ah. Sí. Risita condescendiente.

Enarco una ceja como toda respuesta.

Ahí, misterioso, seco, directo. Condensando todo un discurso en un simple movimiento facial. Que mi cabeza siga con su complejo de peonza anfetamínica no tiene nada que ver con mi elegante escuetismo.

-¿No eres demasiado mayor para estas cosas? - Una voz sedosa, tentadora, y con un toque cínico que resulta encantadoramente perverso.

Hala. A tomar por culo la imagen de tipo duro misterioso.

-Quizá.- me limito a gruñir.

Me mira con curiosidad. Sus ojos brillan pícaros. Esta tiene ganas de fiesta. Y no me apetece mucho que se rían de mí cuando me duele la cabeza. Debería haberme tomado otra copa por la mañana. La resaca es para los que dejan de beber. Lemmy dixit.

Ay, Lemmy. El mundo aún te necesitaba. Vuelve. Sin ti, mi adolescencia queda finalmente enterrada en recuerdos que se desvanecen poco a poco. I was in love with rock n roll.

But that's how it works, I guess.

-Son juegos. Son para niños pequeños.- Insiste.

-El arte no entiende de edad.- Un argumento sencillo y, probablemente, bastante correcto. También muy probablemente haya sonado como el pataleo de un crío. Hrmn. Paradójico.

-¿Arte? ¿Qué tienen de arte estas cosas?.- inquiere, mientras se inclina sobre la caja, mirándome fijamente. La camiseta que lleva se ciñe todavía más a su cuerpo. Se complica la cosa. Pero ¿sabéis que es lo bueno de la resaca?

Que todo te importa una mierda.

-Emocionan. Y eso para mí es suficiente.- la corto. O espero cortarla. Tengo ganas de llegar a casa, tumbarme y dormir. Ni siquiera me apetece jugar. Quizá me salga a la terraza y me eche una siesta mientras cae el atardecer. Incluso igual ponga algo de los Beach Boys.

Dios. Suena paradisíaco, ahora mismo.

-Vaya.- continua la joven, riéndose por lo bajo.- Hacía tiempo que no veía a uno como tú.- Y sigue sin hacer amago de querer cobrar y dejarme marchar. Parece que no hay manera, oigan. Muy bien. I'm game.

-¿A qué te refieres?

-A un friki tan a la defensiva.

Esta vez no puedo evitar que la cuidadosa máscara de indiferencia vitalmente hastiada que suelo llevar cuando estoy de resaca se resquebraje. Friki. No es precisamente un insulto para mí. Lo soy. Y qué coño, hasta estoy orgulloso de serlo. Pero trae recuerdos. Malos recuerdos. Le pongo mala cara.

-¿He pinchado en hueso?.- inquiere, dejando salir una pequeña carcajada. Vaya. Tiene una risa hermosa.- Seguro que eras de esos chicos con los que se metían por raritos en el colegio. Pasabas los recreos solo, jugando a la SP en la biblioteca, y quemabas las noches en la Play. ¿O me equivoco?

Ahora sí que la hemos cagado. Hay temas que siguen escociendo, no importan cuantos años pasen. Levanté la vista y clavé mis ojos enrojecidos en los suyos.

-Mira, querida, no estoy para mierdas. Tengo una resaca conduciendo por mi cráneo como si fuera el puto Kimi Raikkonen. Sí, puede que fuera un puto solitario sin amigos. Pero eso no me convierte en un imbécil. No voy a ponerme a predicar en el desierto. I like games.-casi gruño, marcando con énfasis cada sílaba.- Me ayudaban a escapar de la realidad en aquellos tiempos, sí. Ahora ya no los necesito. Pero eso no significa que no los aprecie, que no los recuerde con cariño como algo que hizo que mi adolescencia fuera más soportable. Unos tenían la música, otros los libros, algunos el cine. Yo tenía esto. Si no te gusta, te jodes. No pienso cambiar a estas alturas, y menos algo que ya forma parte de mí, solo porque a los demás no les guste.

Cierro la boca y respiro hondo. Lo he dicho. Lo he dicho en voz alta. De hecho, prácticamente he gritado la última frase.

Nunca lo había reconocido en voz alta a nadie que no fuera de mi familia. Es...

Liberador.

La chica, Estrella, me acabo de fijar en la tarjetita con el nombre, se ha quedado callada por fin, y me sigue mirando a los ojos, con una expresión inescrutable.

-Lo... lo siento. No debería...No. No me arrepiento. No hubiera debido. Pero lo hecho hecho está.- murmuro, meneando la cabeza.

Vuelvo a mirarla. Una sonrisa está empezando a nacer en sus labios. Una sonrisa muy diferente a las medias sonrisas torcidas del principio. Es casi... dulce. Incluso melancólica.

-Bueno, quién soy yo para cuestionar a nadie.- Me dice. Y coloca su mano sobre la mía, en el mostrador.- Al fin y al cabo, el cliente siempre tiene razón, ¿no es así?.- continua, guiñándome uno de sus bonitos ojos verdes. Retiro la mano del mostrador.

Toma los juegos y los pasa por la caja. No deja de intentar buscar mis ojos durante todo el proceso. No la miro. No tengo ganas. No parece mala chica, a posteriori, pero ha elegido un mal día para sacarme ese tema. Probablemente solo quisiera bromear un poco conmigo. Al fin y al cabo, es cierto que ya tengo una edad para jugar a videojuegos, al menos según el canon mayoritario de la sociedad. Pero meh. Qué sabrán ellos. Yo soy feliz así. Suspiro.

Pago y me ofrece la bolsa con los juegos. Decididamente, hoy no creo que coja el mando y eche una partida. Me siento muy cansado.

Mientras tomo la bolsa, miro al exterior. El sol se zambulle despacio sobre el mar, en silencio. Silencio. Miro a mi alrededor, y estamos solos. No queda nadie más. Comienzo a girarme para dirigirme a la salida. En ese momento, ella me agarra de la camiseta.

-Espera, por favor.

Me paro, todavía de espaldas hacia ella, con las manos en los bolsillos, la bolsa colgando de un brazo.

Ella sale de detrás del mostrador y se acerca a mí. Me gira, despacio, y esta vez sí, no puedo escapar de su mirada. Una mirada que, ahora que me doy cuenta, conozco. Esos ojos. Esos ojos tristes. Los he visto antes.

Los veía, cada mañana, en el espejo, antes de ir al colegio.

-Yo...- empieza, pero se interrumpe. Turbada, por un momento no consigue encontrar las palabras que busca. Se acerca más a mí. Noto el calor de su cuerpo junto al mío.

-Yo... lo siento...yo...- despacio, alza su mano izquierda y la apoya en mi mejilla. No sé qué hacer. -No pasa nada.- Le digo. -No te preocupes.- Siento que mi piel está en llamas. Sus ojos. No puedo dejar de mirar sus ojos. Despacio, también alzo yo mi mano y acaricio la suya. Es suave.

Me mira intensamente. Acerca su rostro al mío. Y susurra.

-Tú... eres como yo...

Y sus labios rozan los míos.

Por un momento, me quedé paralizado. El mundo se quedó paralizado. No existía nada, no percibía nada. No había resaca, no había recuerdos amargos, no existía el atardecer sobre la ciudad. Nada más allá de aquel beso, de la soledad y la necesidad que se escondían tras aquellos labios fríos y delicados. Me atreví a abrir los ojos, sin darme cuenta de que los había cerrado, y la vi. Con los ojos cerrados, absorta por completo, entregada, cautiva y desarmada. ¿O era yo el entregado, cautivo y desarmado?. Presa de un súbito arrebato de valentía, quise acercarla a mí, acariciar esa cascada de oro que caía sobre sus hombros, recorrer con mis dedos su espalda arqueada. Pero no pude. Tan repentinamente como empezó, terminó. Sus labios huyeron, dejando huérfanos los míos.

Estrella abrió los ojos. Y vió mi rostro junto al suyo.

Enrojeciendo violentamente, emitió un pequeño chillido ahogado y se dió la vuelta, abrazándose con sus pálidos brazos.

-Losientolosientolosientodiosnodeberíahaberhechoesolosientosoyestúpida...

Se calló cuando me acerqué a ella y la abracé. Y la tensión que atenazaba su cuerpo y el mío desapareció. Se dejó ir, recostándose contra mi pecho. Olía a lavanda.

-No pasa nada.-le dije, mientras le acariciaba una mejilla escarlata. La giré para que me mirara de nuevo. Aunque inicialmente me había parecido mayor que yo, me di cuenta de que no debía tener ni veinte años. Aún era inocente. Aquellos ojos, a pesar de lo que habían visto, aún conservaban algo de bondad e inocencia. Algo que yo tristemente no fui capaz de conservar. Por un fugaz momento, la amé.

Y esta vez fui yo quien la besó.

El tiempo pasó. Y el sol casi había desaparecido.

Con sus brazos rodeando mi cuello, me susurró al oído que la esperara fuera. Y me dejó solo, yéndose hacia la parte trasera del local, mientras mis manos se dejaban caer a regañadientes de sus caderas, ya echando de menos su calor. Y eso hice. Tomé los olvidados juegos del suelo (¿en qué momento los dejé caer?) y salí al exterior.

El sol emitía sus últimos rayos, desapareciendo tras el mar. Me eché la cazadora al hombro, me puse las gafas de sol y me recosté contra la pared, disfrutando de la cálida brisa y del sabor a miel que había dejado su lengua en la mía. Y entonces la vi salir.

Su pelo refulgía a la luz del sol poniente. Su esplendorosa figura se recortaba contra el firmamento como una promesa de calor y penumbra, dejándome sin aliento. Vuelve a sonreírme. Balbuceo como un idiota. Consigo expresarle que si quiere, que la acompaño a su casa, o a donde quiera. O no. Que como ella quiera.

Con una sonrisa, niega con la cabeza y dice que su coche está aparcado al lado. Bueno, qué se le va a hacer. Fue una bonita chispa. Me disponía a despedirme cuando me tomó de la mano y echó a andar hacia una calle lateral. Tiró de mí, al ver que no me movía.

-Vamos.- me dijo.- ¿No quieres venir conmigo?

Sonreí. Me resulta imposible decirle que no, por miedo a que se rompiera el hechizo, se acabe el sueño o lo que sea que esté sucediendo ahora mismo. Y la seguí, obviamente.

Se paró delante de un Scirocco del 88, precioso, de color rojo fuego. Nos montamos, y arranca. El motor ronronea como un gato desperezándose al sol de la mañana. Salimos despacio del callejón y enfilamos el paseo marítimo. A la luz del atardecer está arrebatadora. No puedo dejar de mirarla, en silencio.

-Voy a poner música. ¿Te importa?

Niego con la cabeza, sin dejar de mirarla. Enciende la música. Y empieza a sonar Can You Feel the Sunshine? mientras acelera hacia el final de la bahía. La miro. Me mira. Y nos reímos.

-¿Puedo hacerte una pregunta?-le digo, ya relajado y meneando la cabeza al ritmo de la canción.-Claro.-me responde.

-¿Por qué?

-Me llamaste la atención. Alguien como tú... no. Alguien como nosotros. No es lo habitual.- contesta, riéndose, pero al dirigir su mirada al horizonte, su rostro se ensombrece por un momento.- En realidad, sí lo es, en cierta manera. Tu mirada... me recordaba un poco a la mía, cuando era más pequeña.- Una pequeña sonrisa afloró a mis labios. Ella también se había dado cuenta.- Quise saber más de ti. Y picarte me parecía una idea buena. Al menos en aquel momento.- me contesta, alegrando su rostro por fin con una sonrisa traviesa. Me echo a reír.- Bueno, no se puede decir que haya ido horriblemente mal.- Ella también se ríe, con ese sonido tan dulce, y dice. -No, desde luego que no.

En cada semáforo, nos seguimos besando.

Pronto llegamos a su apartamento, en un ático en primera línea de playa. Un ambiente suave, paredes blancas y decoración minimalista. En una repisa, bajo la televisión, reposa el sueño de los justos una inmaculada Dreamcast. Me besa y se adelanta, entrando en el dormitorio, para ponerse cómoda, si no me parecía mal, claro. Y añadió un guiño muy pícaro. Un guiño que tomó la agradable sensación que había en mi pecho desde que nuestros labios se juntaron y le añadió una alegre infusión de excitación. De repente mis vaqueros parecieron encoger un par de tallas.

Vale, trata de no entrar en pánico. Piensa, piensa, piensa. Igual vamos muy rápido. Por un momento sigo esa línea de pensamiento. Veo que de la puerta entreabierta del dormitorio salen volando unos pantalones.

Nope. Vamos perfectos.

Sin más dilación arrojo la cazadora sobre una silla, me saco los zapatos, los vaqueros y la camiseta y salgo a la terraza. Me apoyo en el alféizar, observando la ciudad bañada por la luz crepuscular.

Una voz dulce me dice.

"Ven"

Dentro del apartamento comenzó a sonar la voz de Madonna cantando You must be my lucky star.



Joder, me encanta esta canción.


Dedicado a los videojuegos, pasión y a veces refugio ante una vida no siempre agradecida. Asimismo a los genios de Yatch Games y su joya Shovel Knight, cuya banda sonora (en concreto el tema Steel Thy Shovel, por Jake Kaufman) parodia cariñosamente este título. Y por último, muy especialmente a la banda sonora del Sonic R. Algunos todavía te amamos.

Nota del autor: fotografía realizada por mí, un bonito atardecer en Riazor, allá por el verano de 2014.


por Jorge Núñez Rodríguez, a quince de junio de 2017.

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