El Gato de Montealto oteando el desastre. |
Cuarta entrada en Relatos Aleatorios. Esta vez, en memoria del equipo de fútbol en el que llevo jugando años, en la Liga Universitaria. Las derrotas se funden unas con otras, las alineaciones se desvanecen en mis recuerdos, pero el espíritu permanece. ¡Por el Económicas-3!
4.
FÚTBOL
Nunca
me sentí tan solo como en aquel campo de fútbol. Nunca deseé tanto
que un partido terminara. Nunca deseé tanto desaparecer, que me
tragara la tierra. Cuando el árbitro pitó el final, no sonó la
hora de nuestra condena. Sonó a corneta de liberación, a la llegada
de los refuerzos a una batalla perdida, a un combate que ya no
tendríamos que seguir luchando. Nos miramos los unos a los otros.
Desorientados. Cubiertos de sudor frío. Ni una palabra, ni una buena
acción. Abandonados.
Acabábamos
de perder 0-5 contra un equipo de solo cinco jugadores. Jugando fútbol
siete.
Aquella
mañana me di cuenta de que jamás jugaría en Riazor.
Por
supuesto, es algo que ya sabía, algo que ya había aceptado
conscientemente. Nunca fui un buen jugador, y aún encima empecé a
jugar muy tarde, con catorce años, cuando mis compañeros de
generación ya habían dado el salto de calidad que se da a los ocho
o nueve, cuando se te enciende una bombillita en la cabeza e intuyes
lo que debes hacer para tirar un buen regate, o dar un buen pase, o
simplemente, no perder el balón. Yo aprendí a no perder el balón
con dieciocho años. Y a dar un pase con veinte. Y a regatear con
veintitrés. Y probablemente mis amigos, con un tono de voz suave y
enternecedor, me dirían que eso no se lo cree ni la madre que parió
a Clemente.
Qué
sabrán ellos.
Aquel
partido fue una catástrofe. Cierro los ojos algunas noches y aún
puedo verlo. Oigo el sonido del viento en las gradas sucias, la
verja vibrando, los gritos. Y después, el silencio. El silencio
atronador. Veo a Luis, el rubio lateral izquierdo, saliendo con un
movimiento tan elegante como inesperado. Veo a Ballesteros, todo
corazón, corriendo desesperado arriba y abajo, abandonando toda la
precaución que un central necesita. Contreras, un gato vestido de
amarillo, gritando como un poseso intentando colocarnos desde la
portería. Carballo, el diez luchando solo contra el mundo, y siempre
regateando hacia afuera, intentando respirar, intentando huir de la atmósfera cargada del área, en las bandas. Recuerdo a Nacho, mi ocho,
mirando a su alrededor, buscando el sentido de la vida mientras
intentaba colocar un pase desde el centro del campo. Oigo a Villar,
refunfuñando mientras corre, corre y corre por la banda, intentado
huir de la realidad, volver a tiempos más felices en el Marola,
siempre en el corazón. Y me veo a mí mismo, corriendo, sudando,
subiendo como nunca subí y nunca volveré a subir desde la esquina
derecha de mi área, desde el refugio que jamás volvió a ser.
Recuerdo cada pase, recuerdo cada intento, cada patada a seguir y
cada patada al contrario. Recuerdo correr y correr, pasar y pasar. El
sabor del caucho mojado. Recuerdo chutar con toda mi alma y que el
balón vuele hacia el cielo encapotado. Gritar en medio del
desconcierto. Recuerdo los goles que iban cayendo, uno tras otro.
Como la lluvia, intermitentes, pero ineludibles. Creí ver destellos
blanquiazules en la equipación de los contrarios, que aparecían por
todas partes, como un enjambre de hambrientos cazadores. No recuerdo
ni su nombre. Solo recuerdo las manchas verdes en nuestra equipación negra y rosa, el golpeo del balón en el fondo de la red, el frío y
la soledad.
Recuerdo
lo que pensé antes de empezar. Lo que dije. Tranquilos, que aún
la vamos a cagar.
Caminamos al vestuario con las cabezas
gachas, empapados y en silencio. Nos fuimos sentando en nuestros
sitios. Nadie se quitó la ropa, nadie se movió.
Hasta que alguien rompió el silencio.
Ni siquiera recuerdo quien.
Joder.
Aquel día supe que ninguno de
nosotros jugaría en Riazor. Pero al menos sabíamos que no estábamos
solos. No hizo falta decir nada. Simplemente, seguimos jugando.
Juntos.
Algún día ganaríamos.
Y lo hicimos.
Dedicado
a mis amigos, y al mejor equipo de la Liga Universitaria. Un, dos,
tres, ¡Económicas-3!
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