17 de mayo de 2017

Relatos aleatorios, por Jorge Núñez - 6

6. AGUA ESCARLATA

El mar se lanzaba con desesperación suicida contra los acantilados de la Costa da Morte. Negros nubarrones arrojaban lluvia que repiqueteaba contra la embarcación con la que los detectives navegaban trabajosamente hacia el pequeño archipiélago de las Sisargas. Avanzaban despacio, manteniéndose uno de ellos al timón y el otro contemplando el perfil del faro recortado contra el cielo, mientras tarareaba quedamente una canción. El último soplo sobre el caso de Gonzalo Escala, supuesto verdadero nombre del criminal Red Gonzo, les había enrolado en una búsqueda en mitad de la costa gallega. Según el informante, allí estaría el cuerpo de la última víctima del asesino en serie, un hombre cuya habilidad para evadir a la policía y cuyo gusto por la sangre tenía en vilo a todo el país. Doce. Doce víctimas habían sido brutalmente asesinadas, de diferentes formas y antecediendo a cada nuevo cuerpo destrozado que aparecía en la boca de alguna alcantarilla o en algún pozo perdido en mitad de la nada se producía el colofón a todos los asesinatos.

Una llamada.

Una llamada, supuestamente del asesino, indicando donde encontrar a su más reciente víctima, esta vez en un faro situado en el archipiélago gallego. Habitualmente, un comportamiento así por parte del criminal hubiera facilitado la labor de la policía, pero Gonzo se había cubierto bien las espaldas, utilizando medios electrónicos e ingenios caseros para evitar un posible rastreo a través de la llamada y para enmascarar su verdadera voz. Una llamada que, de nuevo, había llevado a los detectives Fernández y Malraux a buscar el cuerpo de la última víctima del más loco de los de su clase que jamás hubiera en España. Última en sentido literal. La llamada había sido diferente esta vez, pues en ella se indicó que éste sería el asesinato final. Tras él, Red Gonzo desaparecería, "se retiraría", en sus propias palabras. Naturalmente, tal declaración de intenciones había caído como una bomba en el departamento. El odio que ya despertaba Escala se había tornado ira. Un desafío. Aquel hijo de puta les estaba desafiando, se estaba riendo de ellos, se burlaba de sus víctimas, de sus familias. Los pocos agentes destinados al caso por una policía desbordada habían hecho un pacto antes de iniciar la búsqueda del cadáver. Se abrazaron en corro y juraron cazarle, costara lo que costara. Se pudriría en la cárcel.

Mientras manejaba el timón con aire experto (no en vano provenía de una familia de pescadores), Fernández repasaba en su cabeza todas las muertes de las que Gonzo era responsable, buscando elaborar alguna conjetura sobre lo que podría esperarles en el faro. Todas las muertes, a pesar de ser las víctimas totalmente diferentes entre sí (prácticamente parecían elegidas al azar) compartían ciertos rasgos, rasgos que denotaba unos gustos muy particulares por parte del criminal. Esencialmente, la brutalidad. El problema radicaba en que a Gonzo le gustaba, por decirlo de alguna manera, implicarse en sus asesinatos. Nunca empleaba métodos que pudieran resultar impersonales, los consideraba un acto de mala educación hacia la víctima y malas herramientas para la consumación del acto. En su particular delirio hedonista, tomaba al cuchillo como parte de su propio cuerpo, como la expresión física de una muerte elegante a la par que feroz. Se consideraba un artista, el fundador de una nueva escuela de la carne en la que las principales musas eran Sangre y Vísceras. Los escenarios de sus asesinatos eran cuadros repugnantes fugados del cine giallo más pasado de vueltas. Armado simplemente con su cuchillo, rajaba, cortaba, hundía, arrancaba. Era una bestia, un salvaje con una vena teatral. Le gustaba dejar mensajes escritos con la sangre de sus víctimas, declarando que veía necesario firmar su obra, reclamando su lugar en la posteridad. No era un vulgar carnicero. Sin duda, podría ser calificado como tal, pero se creía otra cosa. Sus intenciones, aducía en sus llamadas, no eran espúreas, no estaban manchadas con la sucia necesidad de un motivo, su obra no podía, no debía obedecer a ninguna causa más que a sí misma, es decir, mataba por el propio acto de matar, la más suprema de todas las artes, en sus propias palabras... Concentrado como estaba en esta línea de pensamientos, Fernández tardó en darse cuenta de que su compañera le estaba hablando.

-Dime.

-¿Has traído el arma?

Fernández, con una expresión confundida, asintió. Claro que había traído el arma. Habría que estar loco para no llevarla encima en una situación como la suya.

-Bien.

-¿Por qué lo preguntas?

-Por si acaso.- contestó, sin mirarle, la policía.

-Tu preocupación es conmovedora.- replicó Fernández, con una sonrisa irónica.

-Ríete. Pero no me sorprendería que, aunque haya dicho que sea su último asesinato, le molestase añadir la cabellera de un policía a su colección.- respondió Malraux, acompañándolo de una pequeña carcajada.

-No creo que sea tan estúpido como para atacar a dos policías prevenidos, armados y con "libertad" para disparar a matar.

-Vaya, cuanta confianza. El día menos pensado, vas a encontrarte con un cuchillo en el cuello sin apenas darte cuenta, ya verás.

-Muy alentador.

-¿Yo? Siempre.- replicó la agente, volviéndose y guiñándole un ojo.

Finalmente, tras una intensa brega con los elementos, los dos detectives consiguieron arribar a la Isla Grande, atracando en un paupérrimo puerto de piedra. Tras asegurar la nave, comprobaron sus avíos y echaron a caminar hacia el faro. Fernández se secó el agua de la frente con el antebrazo y miró a su alrededor mientras avanzaban. Un mundo verde y gris se extendía a su alrededor. Rocas, árboles viejos y arbustos sacudidos por la tormenta. El camino por el que transitaban hacía tiempo que había desaparecido. El faro se adivinaba en la distancia, una achaparrada mancha oscura, alzándose como un frágil aspirante a conquistador de los mares. El aire debía ser lo único limpio que existía en aque lugar, pensó para sí el detective, de mal humor desde el soplo, mal humor al que había colaborado el barro que ahora impregnaba sus ropas empapadas. Dirigió su mirada a su compañera. Tampoco tenía buen aspecto. El tiempo implacable resaltaba la piel cuarteada de su rostro, su melena rojiza y su camisa blanca se habían tornado parduzcas. Su legendario buen humor, curiosamente, iba aguantando el órdago.

-¿Te he dicho alguna vez que odio las tormentas?

-Cuarenta y dos veces. En la última hora.

-Que sean cuarenta y tres.

No hablaron mucho durante el resto del trayecto. El silencio solo se rompía por las pocas quejas infantiloides de Malraux, que le ayudaban a sobrellevar la infernal travesía. Cayendo la tarde, consiguieron alcanzar el faro. Tras realizar un reconocimiento de los alrededores y confirmar la inexistencia de peligro, se acercaron al edificio que ejercía de "nido" del faro propiamente dicho e iniciaron en el mismo el registro.

El lugar había caído lentamente en un estado de abandono tras los últimos recortes gubernamentales, siendo delegada la función del mismo a un programa informático y su mantenimiento a una visita de un técnico especializado de forma muy esporádica. Polvo se acumulaba por todas las habitaciones, cubriendo el espartano mobiliario. Un suave arrullar, procedente de la máquina que mantenía el faro en funcionamiento, le daba un aire surrealista a la escena. Metódicamente, los investigadores, tras comprobar de nuevo sus alrededores por precaución, procedieron a realizar un barrido en busca del cadáver.

-Estoy harto de este caso.

-Comprensible. Nos tiene a todos al borde de un ataque. Pero lo conseguiremos.

-¿Qué te hace estar tan segura?-gruñó Fernández, el eterno pesimista.

-Es humano, Luis. No es un dios. Tarde o temprano cometerá un error y averiguaremos quién es.

-¿Realmente crees que a estas alturas va a cometer un error? No. Este hijo de puta es demasiado listo. Y sabe demasiado.

-Oh, vamos... no vas a empezar otra vez con esa historia.

-Piénsalo, Rouge. Tiene que ser alguien que sepa algo de procedimiento policial, o que al menos tenga contactos dentro. No es posible que haya podido evitarnos durante tanto tiempo sin ayuda.

-Qué peliculero- replicó, con un bufido, Malraux.- El policía que se pluriempleó como asesino. No hay nada que apoye esa teoría, por mucho posible sentido que tenga para ti.

-Llámalo corazonada o estupidez. Pero no es descabellado.

-Claro. Es más, acércate, voy a revelarte un pequeño secreto. Ven, ven.- dijo la detective, gesticulando con insistencia. Una vez que el fornido policía se colocó a su lado, aproximó su rostro al suyo y le susurró en la oreja, con una voz suave y juguetona:

-Yo soy Red Gonzo.

Y prorrumpió en carcajadas. Fernández la fulminó con la mirada, ceñudo. Siempre con la misma chorrada. Nunca le habían gustado algunas de las bromas que hacía su compañera, y esa, ya común en los últimos tiempos, menos. Entendía que su carácter pretendidamente ligero era su forma de sobrellevar la dureza del trabajo, pero existía una determinada línea que no debe cruzarse.

-Será mejor que continuemos, Rouge Gonzo.-refunfuñó, menean
do la cabeza.

El análisis finalmente dió sus frutos. Aunque no de la manera esperada. Tras negativos en prácticamente todas las habitaciones comprobadas, tras un mueble en el baño descubrieron un boquete por el que una persona podría avanzar sin muchos problemas.
Fernández entró primero. El boquete daba a un túnel excavado en la propia roca de la isla, y avanzaba ligeramente hacia abajo. Penosamente se arrastró el detective, hasta llegar a un abrupto final.

Una puerta. Una vieja puerta de madera, carcomida por la humedad. Por sus rendijas se deslizaba luz. Tras avisar a la detective de su hallazgo, Fernández sacó su arma reglamentaria y, comprobando que la puerta no estaba bloqueada, la abrió lentamente. Con un lamento de sus goznes, la puerta se movió para mostrar una especie de madriguera, iluminada vagamente mediante luz solar filtrada a través de algún agujero en la pared del acantilado. Unos pocos muebles se repartían por la estancia, plagada de charcos de agua sucia: un camastro de hierro oxidado en un rincón, un escritorio, una estantería, una pila donde descansaba un cuchillo cubierto de sangre... y un espejo empañado y rajado.
Un espejo con algo escrito en él.

Fernández se acercó despacio.
Y se quedó paralizado.
La hoja se hundió en su cuello. No pudo ni gritar. El agua de los charcos se tornó roja. De rodillas frente al espejo, alzó una mano, como si tratara de borrar las palabras escritas en él. Palabras escritas con sangre.


TE LO DIJE.


Dedicado a las novelas de detectives, a los asesinos con vena artística y al lado salvaje de Galicia.

por Jorge Núñez Rodríguez, a diecisiete de mayo de 2017.

14 de mayo de 2017

Poesías Aleatorias, por Jorge Núñez Rodríguez - 2

Una pequeña chorradita que escribí hace muchos años. No es nada. Pero, sin embargo, es una por la que siento mucho cariño. Misterios de la vida. En fin.


2. LAMENTO

Érase una vez un lobo y una rosa
que bailaban en el alegre abril.
En la nieve danzaba mimosa,
amado tesoro que perdí,
de todas las flores la más hermosa
que jamás conocí,
su recuerdo mi corazón atenazarme osa
tras eternos años y una mañana de abril.


por Jorge Núñez Rodríguez, a catorce de mayo de 2017.

13 de mayo de 2017

Críticas Aleatorias 4 - Neon Genesis Evangelion

Posado robado natural de mi copia de la serie.
CRÍTICA 4 – NEON GENESIS EVANGELION

¡Ah, el anime, ese extraño mundo! Donde uno puede encontrar de todo, desde clichés explotados hasta la saciedad, argumentos tan absurdos que resultan increíbles, personajes con ojos del tamaño de una antena de televisión, y hasta una comunidad de fans tan leal como fraticida. Probablemente todos los de nuestra generación hayamos visto al menos uno en nuestras vidas, aunque no lo hubiéramos identificado como tal en el momento. Dragon Ball, Pokémon, Digimon, Sailor Moon, Yu-Gi-Oh, Detective Conan... La lista es interminable. Yo mismo he visto una cantidad nada despreciable de ellos, desde los más mainstreams hasta alguno ridículamente específico. Y sí, te estoy mirando a ti, Bobobo. Que por cierto, sigue siendo el anime con el mejor doblaje que he visto en mi puñetera vida. ¡Por el poder del cabello nasal!.

Pero me voy por las ramas.

Hoy voy a hablaros del que para mí es la cima del anime. Y que me perdonen Miyazaki, Kon, Takahata y Shinkai. Hoy toca hablar de la joya de la corona. Hoy toca hablar de Neon Genesis Evangelion, y, citando a un amigo mío versado en las artes frikis, en este mundo hay dos tipos de personas en cuanto al anime, los depres de NGE y los fuckers de Tengen Toppa Gurren Lagann. Así que imaginaos lo que os espera.

Ojo. Spoilers, launch!.

Creada por Su Majestad, Príncipe de los imitadores cutres de Ultramán, Hideaki Anno, en el 94/95, es una serie que inicialmente aparece como una simple reedición del género mecha que todos conocemos. Vamos, Mazinger Z y tal. Pero con unas cuantas diferencias que se harán patentes a lo largo de sus 26 capítulos. Y dos películas. Y luego otras tres. Y falta una cuarta. Pero hoy toca solo la serie.

Protagonizada por Shinji Ikari, un chaval de catorce años, que vive con su tutor en un área apartada en el Japón rural, súbitamente llamado a filas por el padre que lo abandonó cuando era un niño pequeño, para montarse en un robot gigante y defender la tierra de la invasión de fuerzas alienígenas, conocidas como Ángeles (que por cierto, roban totalmente el show cada vez que aparecen. Duran poco en pantalla, pero sus diseños son buenos, los combates son ágiles y entretenidos, y los ridículos grititos que sueltan son maravillosamente cómicos. Y luego está Leliel, claro). O Apóstoles, en el original. La traducción clásica de la serie no es muy buena, cambiando términos de manera aleatoria. En fin. Visto así, no parece una serie muy original ni muy interesante, ¿no?. Error.

El primer tastarrazo en la cabeza te lo da el propio protagonista. Shinji Ikari. Odiado y amado a partes iguales. Acusado de emo, cobardica, incompetente, fucked up (vale, con esta sí estoy de acuerdo, por un momento gratuíto y desagradable, muy desagradable en The End of Evangelion. Really, Hideaki?) y mil calificativos más.

Tonterías.

Shinji Ikari es un personaje cojonudo. Es uno de los primeros protagonistas de shonen (aunque no sé si se podría calificar NGE como tal, pero vamos a tirar con ello) que resulta realista. No es un crío aventurero, dispuesto a luchar hasta el fin del mundo por lealtad a sus amigos, por el afán de ganar y de hacerse más poderoso, por ser un héroe. Nada más lejos de la realidad. Es un chico frágil, con una vida dura, profundos problemas emocionales por la muerte de su madre y el abandono de su padre cuando era un niño pequeño, que es arrojado a una guerra cruel, obligado a pilotar un robot, un cyborg más bien, que le produce inmenso dolor cuando debe montar en él, ser utilizado como un peón más por su propio padre, manipulándole a través de su necesidad de cariño y aprobación, en un largo conflicto contra los auténticos poderes, y que sin embargo, lucha. De forma problemática, queriendo rendirse a cada paso, muerto de miedo, queriendo huir. Pero se queda. Lucha. Sabe que en el fondo, es lo que debe hacer, aunque se esconda en otras razones. "Tengo que hacerlo. No puedo huir. ¡No puedo huir!". A trompicones, comenzará a crecer mientras pasan los capítulos, y nosotros con él.

Pero no está solo él. Los protagonistas de NGE son los verdaderos reyes de la fiesta, la historia y el escenario una mera excusa (bastante elaborada, eso sí. Aunque me apena que se aproveche poco Tokyo-3 como escenario. Como urbe distópica à la Blade Runner no estaba nada mal, como se pudo ver en alguno de los capítulos iniciales) para que estos se desarrollen. Cada uno de ellos marcado por un conflicto, por un problema emocional. Esta era la intención inicial de Anno, que cada uno de ellos representara una enfermedad. Y vaya si lo consigue. Misato Katsuragi, entre el deber y el complejo de Electra, Asuka Langley Sohryu y un problema de ego brutal como método de afrontar su tragedia personal, Ritsuko Akagi y su incapacidad para aceptar la soledad y los celos, Rei Ayanami y su aislamiento del mundo que la rodea... Aquí hay de todo. Y todo, al menos a mi gusto, excelentemente construido. Sobre todo Gendo Ikari, el Comandante Ikari. Ay Gendo. Nunca volverá a haber un ¿villano? Como tú. Con tu flow. Tus gafas de sol naranjas. Tu voz profunda y rasgada. Es el James Bond de los villanos de anime. Ahora en serio. Para mí, uno de los personajes más logrados ya no solo de la serie, sino que, junto con el propio Shinji y la relación que tienen, de toda la ficción que he visto, da igual el formato. Merece la pena ver la serie solo por ver a esos dos. En fin.

A lo largo de las serie, veremos como los tres pilotos protagonistas, Shinji, Rei y Asuka, se enfrentarán a diecisiete ángeles, cada uno más difícil que el anterior, mientras intentan sobrellevar como pueden sus vidas y sus problemas. Así a lo largo de 24 capítulos. "¡Melón, faltan dos! ¿No dijiste que eran 26?" me diréis. Sí. Faltan dos. Los capítulos 25: Un mundo que se acaba/Do you love me? y 26: El monstruo que pedía amor a gritos en el centro del mundo/Take care of yourself. Y los responsables de gran parte del odio que recibe la serie entre aquellos que la ven como ridícula, pretenciosa, excesiva, deprimente y arrogante. Y, por supuesto, responsable del tropo conocido como Gainax Ending.

Mi copia de EoE. En cuanto al subtítulo...
JA.
¡Ojocuidao! Para leer lo siguiente, es mejor haber visto el final, dado que voy a soltar una peroratilla pedante sobre el mismo, pero sin molestarme en explicarlo argumentalmente en profundidad, empleando elementos de toda la serie. Es mejor verlo uno mismo, virgen total. Así que... Fly me to the plot, and let me play among the spoilers...

Puede que su final sea confuso, excesivamente experimental y que no encaje con el espíritu inicial de la serie y con el rumbo que la franquicia ha ido tomando desde el 97, con la salida de The End of Evangelion. Pero todo eso no importa.

Es un final bello. Es un final que tiene sentido con la evolución de la propia serie. Hay gente que lo interpreta como el triunfo de SEELE, del Proyecto de Complementación Humana, un apocalipsis hijo de la soledad y el terror que aferran el alma de Gendo Ikari. Hay indicios incluso en esos dos últimos capítulos que apoyan esta teoría, como los cadáveres de Misato (algo ilógico teniendo en cuenta lo visto en EoE, me gustaría señalar) y de Ritsuko (este sí que es totalmente canon), o Shinji protegiéndose de la luz del rifle de asalto de un soldado de las JSSDF durante el asalto final a los cuarteles de NERV. Yo no lo interpreto así.

Interpreto que sí, es parte de la Complementación, pero que el plan de SEELE fracasa, que en realidad el plan de Ikari, de ambos Ikaris y del subcomandante Fuyutsuki, es el de salvar a la humanidad. Creo en la redención. Y, a diferencia de lo que se ve en las películas Rebuild y en Death (true)^2 y EoE, se dejan caer pequeñas pistas de que los comandantes de NERV, inspirados por el sacrificio de Yui Ikari, aún son humanos. Esto no resulta sorprendente en el caso de Fuyutsuki, a quien siempre se ha interpretado como un moralista que ha acabado ensuciándose las manos, pero manteniendo un mínimo de decencia y de humanidad. Pero el Gendo Ikari de la serie (como ya he dicho, uno de los personajes más fascinantes que he visto en cualquier obra de ficción, junto al propio Shinji) es diferente al posterior, más bien retratado como un villano silencioso y terrible. Sigue siendo un manipulador, alguien dispuesto a sacrificarlo todo por sus objetivos, sigue siendo un hombre roto por la pérdida de la única persona que lo entendió y llegó a amar, pero a través de pequeños gestos, se muestra al auténtico Ikari, al hombre que era antes de la tragedia del primer Experimento de Contacto, se ofrecen pequeñas piezas de su historia, de su vida con Yui, de su amistad con Fuyutsuki. Incluso su relación con Shinji es diferente. Y, aún a riesgo de contradecirme a mí mismo, creo que al propio Anno le costó abandonar esa concepción, pues aún llega a mostrarse su arrepentimiento ya no solo en el final original, sino en el propio EoE. Pero, realmente, no creo que lo que yo diga aquí pueda hacerle justicia. Ved la serie. Merece la pena. En fin.

Como iba diciendo.

Es un final optimista, a pesar de lo que todo el mundo pudiera pensar. Shinji aprende a apreciarse a sí mismo, acepta que el mundo es difícil, injusto, pero en él hay cosas que merecen la pena. Hay una verdadera evolución del personaje, una evolución que uno disfruta, implicándose con la historia del pobre chaval, deseando que finalmente le vayan las cosas bien. We're rootin' for ya, kid. Keep goin'.

Y en estos tiempos en que los finales tristes, trágicos, parece que gobiernan la ficción, me parece un hecho bastante apreciable. A mí me gusta que las historias acaben bien. A ser posible.

Y poco más puede decirse de la serie, sin entrar ya en ámbitos objetivos como la calidad visual, estilo de animación y demás ralea. Que, como quien haya leído alguna de mis críticas anteriores ya sabrá, a mí no me importa mucho. Esto es una mera opinión. Y ya.

Como mucho, una anécdota personal.

Vi por primera vez esta serie de zagalín, con igual doce o trece años. La ponían por las mañanas los fines de semana, en el Xabarín Club, en la TVG. A las 8. Y sí, me levantaba a verla siempre. Esta serie me marcó. Desde entonces, y desde que, gracias a la bondad maravillosa de cierta personita, me fuera regalada la serie en DVD y pudiera volver a verla y maravillarme al descubrir de nuevo algo que me apasionaba, he buscado incesantemente algo que pueda llegar a compararse con ella. Algo que pueda llenar el vacío que dejó el saber que muy posiblemente nunca encuentre algo igual. Algo que me ha marcado ya no solo en cuanto a gustos, sino en mi manera de escribir, de crear historias y personajes, junto a mis amados Tolkien, Murakami y Mishima.

En fin. Lo bonito es seguir buscando.

Creo que esta crítica se me ha ido de las manos.

-¡Corten! Toma buena. Pero quiero más dramatismo. ¡Más trauma!

-Sí, señor Anno.



Por Jorge Núñez Rodríguez, a trece de mayo de 2017.

10 de mayo de 2017

Relatos aleatorios, por Jorge Núñez Rodríguez - 5

Dos gilipollas entran a un bar. Quinta entrada de los Relatos Aleatorios. Y esta vez hay sangre, noche coruñesa y moar vodka. Empieza a discernirse un patrón. Si os gusta, una copa. Si no os gusta, dos copas.


5. WHEN THE MUSIC'S OVER

Me encontraba a la mitad de mi tercer vodka con limón cuando Vic entró por la puerta del bar. Un tipo curioso, Vic. Viejo compañero de correrías en la adolescencia, abandonó la madre patria cuando sus padres se trasladaron fuera del continente, por motivos de trabajo. De vez en cuando volvía a la ciudad, y en verano se quedaba una temporada. Un tipo original. Disfrutaba escuchando discos instrumentales a lo Mothers of Invention y con la cerveza barata. Tipos como él me caen bien, son necesarios.

El bar era un escenario clásico de la parte heavy de la ciudad. No sólo clásico, sino probablemente el último de los originales. Es el precio del paso del tiempo. Los viejos locales cierran, los nuevos también. Ahora impera otro rollo. Ya no existe el Número K.

Hacía mucho que no venía aquí. Siempre me han gustado los antros. Llegas, te sientas en un taburete, te plantan una copa delante y te dejan tranquilo. En la penumbra, bebes y escuchas retazos de conversaciones aderezados de viejos cortes de los Doors. ¿Qué más se puede pedir?.

Se sienta a mi lado y pide lo suyo. Durante un rato no decimos nada. Simplemente, bebemos.

Todo se va al carajo. La ciudad, el país, la sociedad, Europa, y nosotros.

Bebemos.

Eran las 4 de la madrugada.

Los adolescentes chillan excitados, probando su habilidad al futbolín e intentando impresionar al sexo opuesto con sus malabarismos muñequiles. Promesas vanas de experiencia y habilidad.

Bebemos.

El dueño nos cuenta que ésta será probablemente la última noche que verá el Belkan Mercenaries' Bar. Que deudas e impuestos lo han jodido vivo. Dice que tiene una pila de pastillas y un buen whisky esperándole en casa.

Bebemos.

Hey, Sal”, dice, rompiendo el silencio. Levanto la mirada de mi vaso y le observo. Está acabado. Igual que yo. “¿Vas a echarlo de menos, Sal?”.

Claro que voy a echarlo de menos. La juventud, enterrada bajo la modernidad. Pero bueno. Resignación. Resiliencia. El penalty de Djukic no fue el fin del mundo. El fin del BMB tampoco lo será. Otros bares ocuparán su lugar. O eso trato de decirme.

Sé que nunca volveré a un bar durante la madrugada.

Volvemos a caer en un silencio amodorrado.

Hey, Vic”, después de otra ronda. “¿Te has peleado alguna vez?”
Niega con la cabeza. “Yo tampoco”.

Son las 5 de la mañana.

Terminamos la última y salimos fuera.

Peleemos”. Asiento con la cabeza. No necesito nada más.

A nuestro alrededor se reúne un círculo de habituales de la zona.

Sin consecuencias” es la consigna. Solo dos tipos jóvenes pegándose. Nadie va a llamar a la policía. A nadie le importa. Ni siquiera a los que nos observan.

Nos miramos. Asentimos.

Lanza un puñetazo. Me golpea en un costado. Me tambaleo un poco. Que triste debe verse este circo desde fuera. Sacudiendo la cabeza, alzo los puños para protegerme. Lanza otro. Lo desvío. Le lanzo un directo a la cara. Al intentar esquivarlo, tropieza y se cae de culo. Le ayudo a levantarse. Le vuelvo a golpear, y esta vez le doy. En la barbilla. No mueve ni un músculo. Dudo si le he dado o no hasta que veo que le cae un hilillo de sangre por la comisura de los labios. Primera sangre. Me golpea en el estómago, rápido. Me encojo sobre mí mismo. Baja la guardia. Me arrojo contra su cuerpo. Le desequilibro. Nos aferramos como si fuéramos luchadores de sumo anoréxicos e intentamos tirarnos el uno al otro con escaso éxito. Me sujeta los brazos e intenta patearme. Le bloqueo la patada. Le arreo un cabezado directo a la nariz. No sé si la sangre es mía o suya. Me duele la frente. Me tambaleo y me patea el culo. Caigo de cabeza al suelo. Intenta golpearme. Falla estrepitosamente.

La madrugada pasa.

Cuando abro los ojos, una luz me hiere. La cabeza me da vueltas. Siento mi cuerpo pesado. La cara me duele horrores. Me la palpo despacio y descubro una hinchazón en torno a mi ojo izquierdo. El estómago revuelto. La vista desenfocada.

Busco a tientas a mi alrededor. Arena. Estoy en Riazor. Está amaneciendo. Hay alguien a mi lado. Consigo enfocar la vista y veo que es Vic. Tiene un labio partido y un chichón muy feo en la sien.

Le sacudo. Recupera lentamente el conocimiento. Me sonríe. Le falta un diente.

Estás acabado”. Se ríe. “Ya somos dos”, gruño, riéndome yo también.

Se pone en pie. Parece estar mejor que yo. Me ayuda a ponerme en pie. Contemplamos el sol alzándose sobre la ciudad.

Ha sido divertido”.

Nos damos un abrazo y cada uno se va por su lado. Yo tenía una demanda que redactar. Él debía hacer la maleta.


La última mañana de nuestras vidas. Por lo menos, hasta la jubilación. Quizá entonces abramos un bar.


Dedicado a los antros, al genio de Frank Zappa & Co., a ese extraño experimento fallido de sugestivo título que es When the Music's Over de los gloriosos Doors, a mi amadísimo Ace Combat Zero: The Belkan War y su banda sonora, y, por supuesto, a las madrugadas tontas entre amigos.

8 de mayo de 2017

Poesías Aleatorias, por Jorge Núñez Rodríguez - 1

Un pequeño bonus para celebrar mi primera entrega tardía. No puede decirse que haya durado mucho mi intachable récord. Quizá publique alguna más en castellano, ya iré viendo. A ver si os gusta.


67. ALCOHOL MILLENNIAL

Vodka en la alacena
voces inconexas en la pantalla
el mando descansa
Suda51 detiene la verbena
Miro por la ventana
agua en la rotonda
Camina rápido la gente
bajo el manto marrón
hoy huele a refinería
Me sirvo una copa
el limón se desliza
sobre el hielo en el vaso
como la caricia
de una mujer
cric, cric, cric
crujen en la atmósfera cargada
buceo en youtube
retazos de programas enloquecidos
retazos de programas políticos
retazos de programas descontrolados
retazos de locura embrutecidos
un tipo raro con coleta
se da de ostias con otros dos
un crío repeinado
y un viejo resabiao,
del cuarto ya no se sabe ná;
máis alá, un poeta tuberculoso,
un tipo sentado bajo el faro de Vigo
y un viejo feo, católico y sentimental
se echan unas risas a costa
del alegre panorama nacional
Yo mientras sigo bebiendo,
sacando de su escondite
mi botella de vodka barato premium
tristes son estos años
para los alcoholes terapéuticos
¿quieres razones?
Mira ahí fuera.
Al menos la gente
sigue caminando, aunque
no sepa a donde va.
Tampoco es que yo lo sepa.
Ni que fuera tan necesario.
Beben mis compis de generación
en grandes discopubs buscando
un polvo rápido en los baños,
nos creemos los inventores del futuro,
bebemos y aprendemos
el arte del gintonic aderezado
con mil y una historias,
suena euro-techno-trap-trancetón
y meneamos los genitales
nos va la marcha
ya sea hacia adelante
o marcha atrás,
joder, que los condones van muy caros
y tú has visto lo que vale
un cubata aquí?
¡Si es que me sale más barato
emborracharme en casa!

Y por una vez,
les voy a dar la razón.
Además, con lo cómoda
que es la decadencia
en soledad.



Dedicado a Goichi Suda y su universo disparatado, al trío calavera, a los vodkas baratos y, por supuesto, al euro-techno-trap-trancetón. Por favor, que alguien lo haga realidad.

por Jorge Núñez Rodríguez, a ocho de mayo de 2017.

6 de mayo de 2017

Críticas Aleatorias 3 - Metal Slug 3

CRÍTICA 3 - METAL SLUG III

Vamos a ver.

Es Metal Slug. De los putísimos SNK.

Todos los que pasamos nuestra infancia en aquellos maravillosos antros que nuestras madres llamaban "los sitios de las maquinitas" conocemos Metal Slug. Era uno de los habituales, junto a otros grande clásicos como Time Crisis, SEGA Rally o Daaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaytona USA. Realmente, no creo ni que sea necesario hacer una crítica en profundidad de esto. Es una joya. De los mejores juegos arcade que jamás se han hecho. El mejor run n' gun de la historia. En tiempos como estos, de doscientosveintisietefepeses y milochentaspés, sienta bien simplemente encender el ordenador (sí, pecémasterrace, ¿qué pasa?), iniciar el juego, scanlines a tope y berrear junto al narrador "MISSION ONE - START!" y liarte a tiros con todo lo que se mueve. De todas maneras, ahí va un microanálisis. Centrándonos en la tercera entrega de la saga, a la que habré dedicado tropecientas horas, simplemente diré que me parece la mejor de todas las que he jugado (de MS 1 a 5). Completa, variada, un tour de force que te mantiene pegado al teclado como en los viejos tiempos, cuando no había forma humana de que soltaras el joystick, aunque si bien es cierto que al principio se hace raro jugar con teclado, al final te acostumbras sin problema en unos minutos. El trabajo de reedición llevado a cabo por DotEmu es satisfactorio, consiguiendo transmitir sin problema las sensaciones de la recreativa original.

-Jugabilidad: A TOPE DE POWER, fluida, buenos controles

-Gráficos: best giant crabs of the year

-Banda sonora: es oírla y desear unirte al ejército

-Historia: para ser puro arcade, resulta tener una historia divertida, con giros mu' locos y manteniendo una cierta coherencia a lo largo de la saga. ¡Abajo el General Morden!

-Niveles: animaciones derramando carisma y scanlines por todas partes. 6 misiones con escenarios divertidos, con varias posibilidades de completarlos.

-Personajes: MARCOU!

-Enemigos: *ALIENS*

¿Nota final?

FINAL MISSION.

START!


Bonus track: DAAAAAAAAAAAAAAAAAAAYTOOOOOOOONAAAAAAAAAAAAAAA

Sonic bendiga a Takenobu Mitsuyoshi.

Metal Slug 3 está disponible en Steam.



por Jorge Núñez Rodríguez, a seis de mayo de 2017.

3 de mayo de 2017

Relatos aleatorios, por Jorge Núñez Rodríguez - 4

El Gato de Montealto oteando el desastre.
Cuarta entrada en Relatos Aleatorios. Esta vez, en memoria del equipo de fútbol en el que llevo jugando años, en la Liga Universitaria. Las derrotas se funden unas con otras, las alineaciones se desvanecen en mis recuerdos, pero el espíritu permanece. ¡Por el Económicas-3!


4. FÚTBOL

Nunca me sentí tan solo como en aquel campo de fútbol. Nunca deseé tanto que un partido terminara. Nunca deseé tanto desaparecer, que me tragara la tierra. Cuando el árbitro pitó el final, no sonó la hora de nuestra condena. Sonó a corneta de liberación, a la llegada de los refuerzos a una batalla perdida, a un combate que ya no tendríamos que seguir luchando. Nos miramos los unos a los otros. Desorientados. Cubiertos de sudor frío. Ni una palabra, ni una buena acción. Abandonados.

Acabábamos de perder 0-5 contra un equipo de solo cinco jugadores. Jugando fútbol siete.

Aquella mañana me di cuenta de que jamás jugaría en Riazor.

Por supuesto, es algo que ya sabía, algo que ya había aceptado conscientemente. Nunca fui un buen jugador, y aún encima empecé a jugar muy tarde, con catorce años, cuando mis compañeros de generación ya habían dado el salto de calidad que se da a los ocho o nueve, cuando se te enciende una bombillita en la cabeza e intuyes lo que debes hacer para tirar un buen regate, o dar un buen pase, o simplemente, no perder el balón. Yo aprendí a no perder el balón con dieciocho años. Y a dar un pase con veinte. Y a regatear con veintitrés. Y probablemente mis amigos, con un tono de voz suave y enternecedor, me dirían que eso no se lo cree ni la madre que parió a Clemente.

Qué sabrán ellos.

Aquel partido fue una catástrofe. Cierro los ojos algunas noches y aún puedo verlo. Oigo el sonido del viento en las gradas sucias, la verja vibrando, los gritos. Y después, el silencio. El silencio atronador. Veo a Luis, el rubio lateral izquierdo, saliendo con un movimiento tan elegante como inesperado. Veo a Ballesteros, todo corazón, corriendo desesperado arriba y abajo, abandonando toda la precaución que un central necesita. Contreras, un gato vestido de amarillo, gritando como un poseso intentando colocarnos desde la portería. Carballo, el diez luchando solo contra el mundo, y siempre regateando hacia afuera, intentando respirar, intentando huir de la atmósfera cargada del área, en las bandas. Recuerdo a Nacho, mi ocho, mirando a su alrededor, buscando el sentido de la vida mientras intentaba colocar un pase desde el centro del campo. Oigo a Villar, refunfuñando mientras corre, corre y corre por la banda, intentado huir de la realidad, volver a tiempos más felices en el Marola, siempre en el corazón. Y me veo a mí mismo, corriendo, sudando, subiendo como nunca subí y nunca volveré a subir desde la esquina derecha de mi área, desde el refugio que jamás volvió a ser. Recuerdo cada pase, recuerdo cada intento, cada patada a seguir y cada patada al contrario. Recuerdo correr y correr, pasar y pasar. El sabor del caucho mojado. Recuerdo chutar con toda mi alma y que el balón vuele hacia el cielo encapotado. Gritar en medio del desconcierto. Recuerdo los goles que iban cayendo, uno tras otro. Como la lluvia, intermitentes, pero ineludibles. Creí ver destellos blanquiazules en la equipación de los contrarios, que aparecían por todas partes, como un enjambre de hambrientos cazadores. No recuerdo ni su nombre. Solo recuerdo las manchas verdes en nuestra equipación negra y rosa, el golpeo del balón en el fondo de la red, el frío y la soledad.

Recuerdo lo que pensé antes de empezar. Lo que dije. Tranquilos, que aún la vamos a cagar.

Caminamos al vestuario con las cabezas gachas, empapados y en silencio. Nos fuimos sentando en nuestros sitios. Nadie se quitó la ropa, nadie se movió.

Hasta que alguien rompió el silencio. Ni siquiera recuerdo quien.

Joder.

Aquel día supe que ninguno de nosotros jugaría en Riazor. Pero al menos sabíamos que no estábamos solos. No hizo falta decir nada. Simplemente, seguimos jugando. Juntos.

Algún día ganaríamos.

Y lo hicimos.


Dedicado a mis amigos, y al mejor equipo de la Liga Universitaria. Un, dos, tres, ¡Económicas-3!