29 de abril de 2017

Críticas Aleatorias 2 - Winter Novel

CRÍTICA 2 – WINTER NOVEL

Continuamos con las críticas. En esta, analizaremos una curiosidad que encontré buceando en los procelosos océanos de Steam. Adelante con Winter Novel, visual novel de los desarrolladores DeXP.

Beware, SPOILERS are coming.

He jugado a muchos juegos. Unos me han gustado mucho, otros me han entretenido y los menos me ha apenado que no me gusten. No se puede acertar siempre, y no todo está cortado al gusto de uno. ¿Por qué este preámbulo? Porque este pequeño juego puede despertar muchas antipatías por sus circunstancias. Pero primero, los hechos objetivos.

Winter Novel es una visual novel que trata sobre el estrés y el aislamiento propios de la vida laboral de la juventud, a través de sus dos protagonistas, Sveta, empleada de banca, y Vlad, informático freelance. Tiene una duración de unos 50/60 minutos, el texto está acompañado de imágenes en formato ASCII, no hay árbol de decisiones, solo hay un final... podría concluirse que es una visual novel simple, incluso espartana. Su precio es de 1,99 euros (aunque yo la adquirí durante rebajas, por 0,51).

Todo esto podría echar para atrás a alguna gente, que piense que quizá es demasiado corta, que los gráficos son feos, que el argumento es pobre y manido, que bebe de los tropos del anime...

Todo eso puede ser.

Pero para mí esto es lo que ha sido.

Ha sido una bocanada de aire fresco. Gracias a Steam, tenemos a nuestra disposición miles de juegos, a precios competitivos y con la posibilidad de feedback directo con los desarrolladores. Esto es una bendición, claro. Pero también es posible que nos haga mirar lo que jugamos por encima, de una manera más ligera. No nos adentramos tanto en un juego, pero le seguimos pidiendo que nos satisfaga plenamente, como si aún fueran los tiempos en que, de niños, los comprábamos para nuestras consolitas y los exprimíamos durante horas, dado que eran bastante caros para nuestras infantiles economías. Winter Novel puede sufrir ante una mirada así. Pero.

Pero.

Hacía tiempo que un juego no me dejaba un sabor tan agradable. Repasando los hechos: sí, es una visual novel costumbrista, corta, absolutamente straightforward y con gráficos antediluvianos. Y sin embargo, resulta encantadora. Su argumento, a pesar de no ser muy original, está hilado de manera realista y correcta, los tropos de anime, que los hay, no chirrían con el resto del juego, e incluso hay un par de frases increíblemente cursis que acaban resultando adorables. Sus gráficos sí, son una huida hacia adelante de los tiempos ochenteros, de las aventuras de texto salpicadas de imágenes que cariñosamente se podrían llamar artesanales. Su banda sonora es funcional, pero encaja bien con el tono de la historia. Pero lo que verdaderamente me ha llamado han sido los personajes. Son reales. Son personas reales. Tropos de anime incluidos. Este pequeño juego es una oportunidad de asomarte a la vida de Sveta y Vlad, de acompañarles durante una semana en su trabajo, un recorrido de una hora a lo sumo, pero te da tiempo a cogerles cariño, porque son humanos. No se sucumbe a la típica historia romántica que abunda en el género. Lo que se ve aquí es el nacimiento de una amistad en un momento difícil. Y eso es lo que los protagonistas necesitan. Y quizá es lo que el medio necesite también, pero eso ya son fanfarronadas mías.

Y además: Cactus of the Year Award!

Winter Novel me ha dejado una sonrisa. Y para mí eso es suficiente.

Recomendable para el que quiera simplemente pasar un rato agradable leyendo una historia. Incluso a precio completo.


Winter Novel puede encontrarse en Steam, a 1,99 euros.

Por Jorge Núñez Rodríguez, a veintinueve de abril de 2017.

26 de abril de 2017

Relatos aleatorios, por Jorge Núñez Rodríguez - 3

Tercera entrada en la serie, y continuamos con la oscuridad, el patetismo y la desesperación. Y la buena música. Aquí Gattuso, y el supersonido de los ochenta... sigue la onda...


3. ENDLESS NIGHT

La oscuridad del cielo. Un lienzo en penumbra, manchado de plata. La Luna cuelga desganada, derramando una luz trémula a mi alrededor.

La oscuridad del asfalto. Negro como el infierno, negro como el cielo. Me siento hundir en él. ¿Es el infierno un océano que nos devora y nos digiere en el olvido de su frío vientre?.

Hace frío. Una noche de invierno. El brillo mortecino de una farola arroja sombras de las ramas de los pinos que rodean la carretera sobre mí. Dientes. Son dientes. Soy una presa... una presa...

¿Quién soy?

No puedo recordarlo.

Miro a mi alrededor.

El monstruo de acero y fealdad se desangra a mi lado. Grandes lágrimas negras se derraman de su interior. Aún brilla una luz en él. Sus faros parpadean despacio, hundiéndose en su última resaca.

Llueve.

El negro y el rojo se disuelven sobre la línea blanca.

¿A dónde iba?

¿Cuál era mi destino?

Se oye música.

El Love Theme de Vangelis.

Tengo frío.

Levanto mi vista al cielo.

Nada.

La nada se cierne sobre mí.

Está abriendo sus fauces.

Pronto la carretera ya no existirá.

Supongo que no pasa nada.

Está bien así.

La canción llega a su fin.



Dedicado a la maravillosa banda sonora de Blade Runner y a ese monumento que son los Doors. Y a Tarantino y Céline, claro.


22 de abril de 2017

Críticas Aleatorias 1 - The Stanley Parable

THE STANLEY PARABLE

Y con esta iniciamos la serie de críticas a publicar los sábados. Dedicada a los más frikis del lugar, ¡saludos, hermanos!. Comenzamos con esta absurda joya de Galactic Cafe. Como podréis observar, más que un análisis objetivo, es simplemente mi forma de recomendar el darle una oportunidad y expresar un poco qué impresión me ha dado, en el mejor estilo de los Wot I Think de ese pilar de la prensa de videojuegos que es Rock, Paper, Shotgun. Sin más dilación, The Stanley Parable.

There was a man named Stanley. Eso es todo lo que necesitas saber sobre este juego. Stanley. Todo gira en torno a Stanley. ¿Quién es Stanley? ¿Es una marioneta? ¿Es un Dios? ¿Es un diablo? ¿Jugamos con su destino o él juega con el nuestro?. Adelante. Atraviesa la puerta. Cumple el sueño. Entra en el despacho de tu jefe y cuélate en su baño privado. Enciérrate en el cuarto de las escobas. Stanley. Stanley es un líder. Iniciará la rebelión de los esclavos de la clase media, nos guiará cual moderno Espartaco hacia la gloria. Él nos liberará de nuestras cadenas. Gloria a Stanley. Sigue la línea. Cumple el
sueño. La puerta te espera.

Ahora en serio.

The Stanley Parable no es un juego al uso. No puede definirse prácticamente por ninguno de los géneros clásicos. Como mucho podríamos decir que encaja en un estilo de juego guiado por la narración y la toma de decisiones. O un simulador de paseos por una oficina con un concepto del reparto de espacio/recursos absurdo. Tomamos el rol de Stanley, "salary-man" cuya vida laboral se organiza a partir de las órdenes recibidas en su ordenador. Es una vida sencilla. Es una vida miserable. Depende. Pero Stanley es feliz. Un día, dejan de llegar órdenes a su ordenador. Aquí tiene lugar el comienzo de nuestra historia. Hemos de guiar a Stanley hacia el exterior de su pequeño cubículo en una epopeya oficinista que, partiendo de una base que puede definirse como una premisa tópica de terror (oficina vacía, sombras moviéndose por las esquinas, etc.) pero que evoluciona a gloriosos momentos absurdos. La fiesta se inicia con una elección. En un momento tienes que elegir entre dos pasillos, el izquierdo y el derecho. El narrador de la historia (una de las mejores características del juego, por cierto, con un doblador en estado de gracia y unos diálogos brutales) señala que Stanley se decide por la puerta que está a su izquierda. ¿Dónde está la gracia en un juego en el que te señalan el camino a seguir?. En que PUEDES hacerle caso o no. Hay múltiples finales según las decisiones que tomes en tu camino hacia el centro neurálgico (en más de un sentido) de la empresa. Y hasta aquí puedo leer. Atrévete a jugarlo si te atrae la originalidad y la comedia. No es un juego al uso, pero vale realmente la pena para aquel que busque una diversión diferente. Puede no gustarte, obviamente. Sobre gustos no hay nada escrito. Pero sí es una experiencia que vale la pena para cualquiera al que le apasionen los videojuegos. Es un "imprescindible", por así decirlo, a pesar de que no me atraiga mucho esta etiqueta.
A veces, sin embargo, resulta adecuada.

Absolutamente recomendable.

Stanley se decidió a jugar este juego.

The Stanley Parable puede encontrarse en Steam.


por Jorge Núñez Rodríguez, a veintidós de abril de 2017.

19 de abril de 2017

Relatos aleatorios, por Jorge Núñez Rodríguez - 2

Pues tiramos con la segunda entrada en la serie, e iniciamos asimismo con el patetismo mencionado anteriormente. Espero que os guste. Parte de una pequeña serie de relatos bajo el título de Nocturnas. Y sí. George Lucas ain't nothin' at me.



2. NOCTURNA II

El mar es hermoso. Una podría perderse contemplándolo y olvidarse del resto de la existencia, navegando en pos de la melancolía que se oculta en sus horizontes nunca hollados. Sus ojos. Qué se esconde en sus ojos. No lo sé.

El paseo marítimo, bañado por la luz amarillenta de las farolas, se extiende ante nosotros. Al fondo el faro destellea, luchando contra la niebla que lo abraza con desesperación. Caminamos despacio, resonando nuestros pasos en la piedra. Solo nos acompaña el susurro de la brisa nocturna.

Dejamos atrás el centro de la ciudad y nos dirigimos hacia el fin de la península en la que se extiende, como un manto de acero y soledad. Él está callado. Él siempre está callado. Su rostro está surcado de sombras. Lejos, lejos, lejos. Lejos de aquí, más allá, volando en el cielo quizá.

Quiero mirarle. No quiero mirarle. Me da miedo mirarle. La ciudad baila un lento vals a nuestro alrededor, los edificios danzando y danzando, desdibujándose en un borrón gris manchado de humedad.

Él se detiene. Mi portal. Parece la boca de un dios terrible, dispuesta a engullirme para siempre. Busco las llaves en el bolso. Me tiemblan las manos. Le doy la espalda. Abro la puerta.

Él se dispone a internarse de nuevo en la noche. Me decido a mirarle.

Y le aferro la mano.

Él se detiene, todavía de espaldas a mí.

Quédate.

Cortesía de Eva Carballeira Rabuñal.
Entramos en mi apartamento. La luz lunar trazaba sombras enfermizas en las paredes. Entramos en mi habitación. En la penumbra, me senté en el taburete de mi piano. Contemplándole. Él se paseó por el cuarto. No conseguía ver su rostro. Se acercó a mi cama y tomó la fotografía que descansaba en la mesilla. Nosotros, en tiempos más inocentes. Antes de saber qué era lo que sentíamos. La felicidad había huido con el verano. Solo quedaba el frío invernal y la soledad.

Debo irme.

Desesperación. Me levanté y nuevamente le tomé de la mano. Quiero verle. Quiero verle una última vez. Quiero hacerle comprender. Le acaricié la mejilla y le giré despacio hacia mí. Su rostro quedó tenuemente iluminado, recortado contra el destello trémulo que entraba por la ventana.

Sus ojos. Esos ojos. Esos malditos benditos ojos. La tristeza que encierran. La expresión noble, atormentada. La sonrisa resignada, suave. Quiero aliviarla. Quiero verle reír. Quiero abrazarle y decirle que estoy ahí. Que sé que me necesita. Que yo le necesito. Pero solo encuentro pena y cariño en sus ojos. No hay lo que busco. Quizá no exista. Quizá la melancolía que imaginaba en sus ojos sea la mía propia.

Duele. Duele. Duele.

Ella me espera.

Deseé gritar. Llorar. Rugir. Rogar. Aferrarme a él. No quiero que me abandones.

No me dejes sola.

Él se dirigió a la puerta de la habitación.

No pude hacer nada.

Vi como se detenía en la puerta, y sin volverse, murmuraba, susurraba, su voz cantaba por última vez para mí.

Ojalá las cosas hubieran sido diferentes.

Ira. Furia. Dolor. Aprieto los dientes. Lágrimas caen por mis mejillas.

Vete.

Do not go gentle into that good night*.

Vete.

Rage, rage against the dying of the light*.

Te odio.

El sonido de la puerta al cerrarse cae como un látigo al restallar.

Sigo sentada en la oscuridad, sola, al lado de un piano abandonado y cubierto de polvo.

Y ahora él se ha ido. Él se ha ido, pero su melancolía -mi melancolía-, permanece conmigo.

Afuera, en un mundo que sigue girando, indiferente, llueve.

Llueve.


*Dedicado a Dylan Thomas, autor de estos inmortales versos en su gran poesía Do not go gentle into that good night.

15 de abril de 2017

Relatos aleatorios, por Jorge Núñez Rodríguez - 1

Pues nada, se da inicio aquí a una saguilla de relatos escritos por mí durante los últimos años, a ver qué os parecen. Variarán entre lo estúpido, lo cómico y lo melodramático (alguno diría incluso patético). Así que nada, vamos con el primero, protagonizado por un idiota de la jet set con unas particulares circunstancias vitales. Oh. Spoiler. :'(

1. OTRO DÍA, LA MISMA MIERDA

Odio estas fiestas. No soporto a los novatos. Siempre intentando aparentar una grandeza y una elegancia de la que carecen. Uno ya está curtido en estas lides, y aún así, sin alcohol resultan inaguantables. Una pena que no pueda beber. Ni comer -nada normal al menos-. Pero eso es problema mío. Ay, cada vez me apetece menos salir de casa. Se me anquilosan las piernas, y eso que son nuevas. En fin. Veamos, un buen esmoquin, un par de Farias, pañuelo, mocasines, el poco y ralo pelo que me queda hacia atrás... quizá debería aplicar un poco de maquillaje en las cicatrices. Pueden ser algo terroríficas para un novato. Pero, por otra parte, sus caras aterrorizadas me parecen encantadoras, a pesar de lo cansinas que llegaron a resultarme hace unos cuantos años. Supongo que con la efervescencia de la novedad es natural que no obtuviera otras miradas tiempo atrás, pero en estos tiempos de bonanza y tranquilidad es comprensible que ya poca gente se asuste de mí.

Debéis creer que he de ser un tipo tremendamente antipático y desagradable para que la gente pueda asustarse de mí. Y en cierta manera no vais desencaminados. Sí, reconozco que tengo un carácter algo difícil, me he ido convirtiendo en un ermitaño cascarrabias y aún encima estoy orgulloso de ello. También estoy orgulloso de cosas peores, así que no es algo que hable mucho en mi favor. Pero no es ese el motivo del terror momentáneo que parece torcer las expresiones de aquellos que me conocen por primera vez. Es comprensible. Un zombi trajeado, repeinado y exhalando más humo que un mercancías del XIX puede resultar una visión dantesca. Pero qué se le va a hac... Sí, habéis leído bien. Zombi. ¿Qué pasa?. ¿No puede un no-muerto disfrutar un poco del viejo crédito de devorador insaciable de carne humana? Vaya por delante que no es algo de lo que me sienta orgulloso, todo eso del canibalismo, me refiero, es algo muy feo y poco edificante. Pero la solución de compromiso alcanzada conmigo me parece bastante satisfactoria a ese respecto.

Para poder mantenerme con vida -je- se me suministra de manera habitual una cantidad adecuada de carne y sangre humana sobrante de aquellos que desean donar su cadáver a la ciencia. No recibo buen material, todo hay que decirlo, pero conseguí contratar a un excelente chef de escasos escrúpulos profesionales que hace auténticas maravillas para una persona con mi tipo de apetitos. El único pero que tiene conmigo es que no puede emplear ingredientes picantes. Me sientan fatal. No es que me causen dolor, quiero decir, sino que me dejan el tracto intestinal hecho unos zorros. Es lo malo de carecer de regeneración celular. Vamos, de carecer de vida en general. Soy como un coche viejo, si una parte se estropea, hay que cambiarla. Lo único que no he permitido que me cambien es el rostro y el cerebro, este último por motivos obvios (la única ventaja de ser zombi es que el cerebro es lo último en pudrirse, Romero sabe por qué, y por ahora no he tenido la necesidad de repararlo más allá de un par de puestas a punto rutinarias).

El rostro siempre he preferido que me lo reparen, a pesar de los costurones que me han ido quedando con el tiempo, más que nada porque el ver algo familiar cada mañana en el espejo al levantarme consigue que no me olvide por completo de mis orígenes. Nadie más los recuerda, por lo que, tras meditarlo los últimos años, he decidido sentarme a escribirlos. Y de paso toda mi vida. Memorias de un escritor zombi. Menuda gilipollez. Al menos no se me podrá acusar de no ser original. A ver quien es el guapo que se atreve a decir que le he plagiado. Si alguien le echa narices, no dudaré en servirme su hígado acompañado de un buen Chianti (siento cierta debilidad por Anthony Hopkins, lo admito. Si alguna vez se realiza un largometraje sobre mi vida, ojalá pudiera protagonizarlo él. Toni Servillo también sería una buena opción, aunque claro, quizá fuera más adecuado para mis últimos años que para mis inicios. No le veo explotando en un ataque de ansia devoradora de materia gris. Bueno, además de que eso resulta ser algo de todo punto imposible. Lleva unos ciento y pico años muerto), como buen gourmet caníbal.

En fin. Hora de salir. Un último tirón a la pajarita, y a arrastrar esta ruina de cuerpo entre la crème de la crème del Nuevo Mundo. Supongo que hay vidas peores. Lo último que hay que perder es el sentido del humor. Y la cabeza.

Dedicado a Sergi Llauger. No fue el primero, pero sí ejecutó la idea magistralmente.

Relatos aleatorios, por Jorge Núñez Rodríguez - 1

Pues nada, se da inicio aquí a una saguilla de relatos escritos por mí durante los últimos años, a ver qué os parecen. Variarán entre lo estúpido, lo cómico y lo melodramático (alguno diría incluso patético). Así que nada, vamos con el primero, protagonizado por un idiota de la jet set con unas particulares circunstancias vitales. Oh. Spoiler. :'(

1. OTRO DÍA, LA MISMA MIERDA

Odio estas fiestas. No soporto a los novatos. Siempre intentando aparentar una grandeza y una elegancia de la que carecen. Uno ya está curtido en estas lides, y aún así, sin alcohol resultan inaguantables. Una pena que no pueda beber. Ni comer -nada normal al menos-. Pero eso es problema mío. Ay, cada vez me apetece menos salir de casa. Se me anquilosan las piernas, y eso que son nuevas. En fin. Veamos, un buen esmoquin, un par de Farias, pañuelo, mocasines, el poco y ralo pelo que me queda hacia atrás... quizá debería aplicar un poco de maquillaje en las cicatrices. Pueden ser algo terroríficas para un novato. Pero, por otra parte, sus caras aterrorizadas me parecen encantadoras, a pesar de lo cansinas que llegaron a resultarme hace unos cuantos años. Supongo que con la efervescencia de la novedad es natural que no obtuviera otras miradas tiempo atrás, pero en estos tiempos de bonanza y tranquilidad es comprensible que ya poca gente se asuste de mí.

Debéis creer que he de ser un tipo tremendamente antipático y desagradable para que la gente pueda asustarse de mí. Y en cierta manera no vais desencaminados. Sí, reconozco que tengo un carácter algo difícil, me he ido convirtiendo en un ermitaño cascarrabias y aún encima estoy orgulloso de ello. También estoy orgulloso de cosas peores, así que no es algo que hable mucho en mi favor. Pero no es ese el motivo del terror momentáneo que parece torcer las expresiones de aquellos que me conocen por primera vez. Es comprensible. Un zombi trajeado, repeinado y exhalando más humo que un mercancías del XIX puede resultar una visión dantesca. Pero qué se le va a hac... Sí, habéis leído bien. Zombi. ¿Qué pasa?. ¿No puede un no-muerto disfrutar un poco del viejo crédito de devorador insaciable de carne humana? Vaya por delante que no es algo de lo que me sienta orgulloso, todo eso del canibalismo, me refiero, es algo muy feo y poco edificante. Pero la solución de compromiso alcanzada conmigo me parece bastante satisfactoria a ese respecto.

Para poder mantenerme con vida -je- se me suministra de manera habitual una cantidad adecuada de carne y sangre humana sobrante de aquellos que desean donar su cadáver a la ciencia. No recibo buen material, todo hay que decirlo, pero conseguí contratar a un excelente chef de escasos escrúpulos profesionales que hace auténticas maravillas para una persona con mi tipo de apetitos. El único pero que tiene conmigo es que no puede emplear ingredientes picantes. Me sientan fatal. No es que me causen dolor, quiero decir, sino que me dejan el tracto intestinal hecho unos zorros. Es lo malo de carecer de regeneración celular. Vamos, de carecer de vida en general. Soy como un coche viejo, si una parte se estropea, hay que cambiarla. Lo único que no he permitido que me cambien es el rostro y el cerebro, este último por motivos obvios (la única ventaja de ser zombi es que el cerebro es lo último en pudrirse, Romero sabe por qué, y por ahora no he tenido la necesidad de repararlo más allá de un par de puestas a punto rutinarias).

El rostro siempre he preferido que me lo reparen, a pesar de los costurones que me han ido quedando con el tiempo, más que nada porque el ver algo familiar cada mañana en el espejo al levantarme consigue que no me olvide por completo de mis orígenes. Nadie más los recuerda, por lo que, tras meditarlo los últimos años, he decidido sentarme a escribirlos. Y de paso toda mi vida. Memorias de un escritor zombi. Menuda gilipollez. Al menos no se me podrá acusar de no ser original. A ver quien es el guapo que se atreve a decir que le he plagiado. Si alguien le echa narices, no dudaré en servirme su hígado acompañado de un buen Chianti (siento cierta debilidad por Anthony Hopkins, lo admito. Si alguna vez se realiza un largometraje sobre mi vida, ojalá pudiera protagonizarlo él. Toni Servillo también sería una buena opción, aunque claro, quizá fuera más adecuado para mis últimos años que para mis inicios. No le veo explotando en un ataque de ansia devoradora de materia gris. Bueno, además de que eso resulta ser algo de todo punto imposible. Lleva unos ciento y pico años muerto), como buen gourmet caníbal.

En fin. Hora de salir. Un último tirón a la pajarita, y a arrastrar esta ruina de cuerpo entre la crème de la crème del Nuevo Mundo. Supongo que hay vidas peores. Lo último que hay que perder es el sentido del humor. Y la cabeza.

Dedicado a Sergi Llauger. No fue el primero, pero sí ejecutó la idea magistralmente.